(1808-1842)
José de Espronceda Delgado nació el 25 de marzo de 1808 en un
lugar situado cerca de Almendralejo (Badajoz) llamado Pajares
dela Vega , perteneciente a la región autónoma de Extremadura
(España).
lugar situado cerca de Almendralejo (Badajoz) llamado Pajares
de
(España).
Le fueron impuestos los nombres de José Ignacio Javier
Oriol Encarnación. Su padre, Juan José Camilo de Espronceda y
Pimentel, militar. Su madre, María del Carmen Delgado y Lara.
Espronceda tuvo tres hermanos más, pero murieron al poco tiempo
de nacer.
Oriol Encarnación. Su padre, Juan José Camilo de Espronceda y
Pimentel, militar. Su madre, María del Carmen Delgado y Lara.
Espronceda tuvo tres hermanos más, pero murieron al poco tiempo
de nacer.
El mismo año de su nacimiento, España sufrió la invasión del ejército francés al mando del emperador Napoleón, y se desencadenó la llamada Guerra de la Independencia. Durante sus primeros años de vida, Espronceda experimentó el peregrinaje con su familia, al compás de las vicisitudes de la campaña bélica, empapando sus ojos infantiles de las grandes miserias y las efímeras
glorias que trae una guerra.
Hacia 1820 la familia de Espronceda se traslada a Madrid.Al año siguiente se le concedió una plaza enla Academia de Artillería de Segovia, a petición de su padre, plaza que él nunca llegó a ocupar pues estudiaba humanidades en el colegio de San Mateo, bajo la dirección de don Alberto Lista, gran poeta romántico, lo que muy probablemente influyó en él para decidir su inclinación hacia el estudio de las letras y hacia la ideología liberal. En 1823 es ejecutado en la horca el militar liberal Rafael de Riego y Núñez, por el régimen de la monarquía absolutista regida por Fernando VII, suceso que fue presenciado por el joven Espronceda. A los quince años, Espronceda fundó con otros jóvenes una sociedad masónico-patriótica llamada «Los Numantinos» y él fue su presidente. Cuando el régimen absolutista descubrió la existencia de esta célula secreta, que se reunían en el sótano de una céntrica calle madrileña, encarceló a todos sus miembros. Espronceda fue condenado a cinco años de reclusión en un convento-prisión de Guadalajara, pero a las pocas semanas y por influencia de su padre, que ejercía de coronel, fue absuelto. En aquel convento-prisión fue donde empezó a escribir el poema épico "El Pelayo", de corte clásico. En 1826 emprende viaje a Lisboa desde Gibraltar, -coloniainglesa del sur de Andalucía-, que por aquellos años reunía a gran cantidad de liberales españoles.
En la capital portuguesa, Espronceda conoció a una joven de 16 años llamada Teresa Mancha, hija de un militar español emigrado a Lisboa por sus ideas liberales. A finales de 1827 Espronceda sale para Inglaterra, país donde existía gran número de emigrados españoles. Tambíen sale para dicho país el militar Mancha con toda su familia. De allí partiría para Holanda y al poco tiempo hacia París, donde posiblemente combatió en las barricadas de la revolución de julio de 1830, uno de cuyos triunfos fue destronar a la monarquía absolutista de los Borbones.
De aquello saldría el primer monarca liberal-burgués, Luis Felipe de Orleans. De allí, el poeta intenta pasar a España con una columna de liberales al mando del guerrillero "Chapalangarra". Fracasaron totalmente en el intento y nuestro poeta vuelve a París. De allí, en 1831 se trasladó a Londres, donde la familia Mancha llevaban una vida de honrada miseria. Cuando Espronceda regresa a Londres, la situación de estrechez había conducido a Teresa a casarse con Gregorio del Bayo, rico comerciante vizcaíno-español establecido
en Londres, quien le daba todo a su esposa, menos amor, puesto que le llevaba muchos años. Al reencontrarse con su amado, renació en Teresa el recuerdo de su amor en Lisboa, anidando en ambos la idea de la fuga. Teresa tenía que ir a París con su marido y allí la esperó Espronceda. En la noche del 15 de octubre de 1831 ella abandonó el hotel donde se hospedaba y se fugó con su amante. En 1833, acogiéndose a la amnistía general
a favor de todos los liberales emigrados, los amantes José y Teresa, pasan a España, a vivir en Madrid, dejando este breve periodo en el ánimo del poeta, imborrables recuerdos. Pero quien fue capaz de abandonar a su esposo y a un hijo que había tenido en su matrimonio, lo fue también al ir olvidando aquel amor e irlo sustituyendo por caprichos de casquivana. El genio altanero de Espronceda tampoco contribuyó a la paz del hogar, y así vino a suceder que Teresa se fugara a Valladolid cierto día con un tal don Alfonso,
abandonando a Espronceda y a Blanca, la hija de ambos. El poeta logra reunirse con ella en dicha ciudad, durando la reconciliación poco tiempo, pues Espronceda es nuevamente perseguido por sus ideas liberales y tiene que refugiarse en casa de un amigo. Teresa, siguió llevando una vida inquieta, hasta que en 1839 murió de tuberculosis, siendo enterrada de limosna en Madrid.
Después, Espronceda ingresa en el cuerpo de Guardias de Corps, pero debido a la publicación de una poesía liberal-patriótica, es expulsado a Cuéllar, pueblo de Castillala Vieja , donde escribe su única novela: "Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar" Vuelve a Madrid y llega a ser diputado y fundador de varios periódicos de tendencia liberal o
democrática. En 1840 publica dos libros de poesías: "Poesías" y "Diablo Mundo". Al año siguiente, es destinado a la embajada española en Holanda. Al poco tiempo regresa a España, para ocupar el cargo de diputado por la provincia de Almería, y en el año 1842, un miércoles 25 de mayo, muere Espronceda a la edad de 34 años, como consecuencia de una difteria a la laringe.
glorias que trae una guerra.
Hacia 1820 la familia de Espronceda se traslada a Madrid.Al año siguiente se le concedió una plaza en
En la capital portuguesa, Espronceda conoció a una joven de 16 años llamada Teresa Mancha, hija de un militar español emigrado a Lisboa por sus ideas liberales. A finales de 1827 Espronceda sale para Inglaterra, país donde existía gran número de emigrados españoles. Tambíen sale para dicho país el militar Mancha con toda su familia. De allí partiría para Holanda y al poco tiempo hacia París, donde posiblemente combatió en las barricadas de la revolución de julio de 1830, uno de cuyos triunfos fue destronar a la monarquía absolutista de los Borbones.
De aquello saldría el primer monarca liberal-burgués, Luis Felipe de Orleans. De allí, el poeta intenta pasar a España con una columna de liberales al mando del guerrillero "Chapalangarra". Fracasaron totalmente en el intento y nuestro poeta vuelve a París. De allí, en 1831 se trasladó a Londres, donde la familia Mancha llevaban una vida de honrada miseria. Cuando Espronceda regresa a Londres, la situación de estrechez había conducido a Teresa a casarse con Gregorio del Bayo, rico comerciante vizcaíno-español establecido
en Londres, quien le daba todo a su esposa, menos amor, puesto que le llevaba muchos años. Al reencontrarse con su amado, renació en Teresa el recuerdo de su amor en Lisboa, anidando en ambos la idea de la fuga. Teresa tenía que ir a París con su marido y allí la esperó Espronceda. En la noche del 15 de octubre de 1831 ella abandonó el hotel donde se hospedaba y se fugó con su amante. En 1833, acogiéndose a la amnistía general
a favor de todos los liberales emigrados, los amantes José y Teresa, pasan a España, a vivir en Madrid, dejando este breve periodo en el ánimo del poeta, imborrables recuerdos. Pero quien fue capaz de abandonar a su esposo y a un hijo que había tenido en su matrimonio, lo fue también al ir olvidando aquel amor e irlo sustituyendo por caprichos de casquivana. El genio altanero de Espronceda tampoco contribuyó a la paz del hogar, y así vino a suceder que Teresa se fugara a Valladolid cierto día con un tal don Alfonso,
abandonando a Espronceda y a Blanca, la hija de ambos. El poeta logra reunirse con ella en dicha ciudad, durando la reconciliación poco tiempo, pues Espronceda es nuevamente perseguido por sus ideas liberales y tiene que refugiarse en casa de un amigo. Teresa, siguió llevando una vida inquieta, hasta que en 1839 murió de tuberculosis, siendo enterrada de limosna en Madrid.
Después, Espronceda ingresa en el cuerpo de Guardias de Corps, pero debido a la publicación de una poesía liberal-patriótica, es expulsado a Cuéllar, pueblo de Castilla
democrática. En 1840 publica dos libros de poesías: "Poesías" y "Diablo Mundo". Al año siguiente, es destinado a la embajada española en Holanda. Al poco tiempo regresa a España, para ocupar el cargo de diputado por la provincia de Almería, y en el año 1842, un miércoles 25 de mayo, muere Espronceda a la edad de 34 años, como consecuencia de una difteria a la laringe.
El estilo poético de José de Espronceda se incluye dentro del género del romanticismo, corriente político-cultural europea perteneciente a la primera mitad del siglo XIX. En su verso encendido y lleno de evocaciones líricas y patrioticas, desde una optica liberal de ver la vida, puede vislumbrarse el impetu juvenil con el que está escrita toda su obra poética, que ha sido dividida en tres secciones:
El poema épico; las poesías líricas; sus obras dramáticas.
Entre las poesías líricas destacan "Canto a Teresa", intercalado
en "A Jarifa en una orgía"; "El Diablo Mundo"; "El verdugo";
"El mendigo"; "El sol"; "
Su obra :
EL REO DE MUERTE
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
I
Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá,
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.
Un altar y un crucifijo,
y la enlutada capilla
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante,
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.
El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo;
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad:
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
¡Vino un recuerdo quizá!
Es un joven y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó:
El recuerdo es de la infancia,
¡Y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!
Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir,
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.
¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? resuena
una alegre cantinela
y una guitarra a la par,
y gritos y de botellas
que se chocan, el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
¡Maldición! al eco infausto
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.
II
Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.
Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a expirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar;
que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo placentero
entre sueños cuenta ya!
Tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso al levantar.
Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.
Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida.
Recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.
Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal;
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.
Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor del la pradera
que el abril galán mimó.
Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar.
Y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
José de Espronceda Delgado
José de Espronceda Delgado
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar ríela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul:
«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo escapar;
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.»
José de Espronceda Delgado
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
Llanto tal vez vertiendo de ternura,
Que nuestro amor y juventud veían
Y temblaban las horas que vendrían.
Y llegaron en fin.. ¡OH! ¿Quién, impío,
¡Ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.
¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y entre ondas fulguroso,
Rayos al mundo tu esplendor vertía
Y otro cielo el amor te prometía.
Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo;
Sí, que el demonio en el Edén perdido
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana:
Mas, ¡ay!, huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.
Huid, si no queréis que llegue un día
En que, enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos;
En que al cielo, en histérica agonía,
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
Las dulces esperanzas que trajeron,
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron;
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.
¡Pobre Teresa! Al recordarte siento
Un pesar tan intenso... Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío;
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde, vil polvo, tu beldad reposa.
Y tú, feliz, que hallaste en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas mísera a perderte
Y era llorar tu único destino;
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino...
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel te volviste al cielo.
Roída de recuerdos de amargura,
Arido el corazón sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones;
Sola y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones;
Tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.
Tus ojos escaldados por el llanto
Tu rostro cadavérico y hundido,
Único desahogo en tu quebranto,
El histérico, ¡ay!, de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad lanzada
A romper tus barreras turbulenta;
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay! De tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.
Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía.
Yo, inocente también, ¡oh, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos, en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo sin horas y medida
Ver como un sueño resbalar la vida.
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices cambiaban;
Cuando, de tu dolor tristes despojos,
La vida y su ilusión te abandonaban
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;
Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos, ¡ay!, en tu postrer momento,
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando.
Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Sí, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel! ¡Martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
Morir el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano con los ojos fijos
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah!, yo, entretanto,
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.
Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver mas, ¡qué importa al mundo ¡
Llanto tal vez vertiendo de ternura,
Que nuestro amor y juventud veían
Y temblaban las horas que vendrían.
Y llegaron en fin.. ¡OH! ¿Quién, impío,
¡Ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío,
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.
¿Cómo caíste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y entre ondas fulguroso,
Rayos al mundo tu esplendor vertía
Y otro cielo el amor te prometía.
Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo;
Sí, que el demonio en el Edén perdido
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana:
Mas, ¡ay!, huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.
Huid, si no queréis que llegue un día
En que, enredado en retorcidos lazos
El corazón, con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos;
En que al cielo, en histérica agonía,
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
Las dulces esperanzas que trajeron,
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron;
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.
¡Pobre Teresa! Al recordarte siento
Un pesar tan intenso... Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío;
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde, vil polvo, tu beldad reposa.
Y tú, feliz, que hallaste en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas mísera a perderte
Y era llorar tu único destino;
Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino...
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel te volviste al cielo.
Roída de recuerdos de amargura,
Arido el corazón sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones;
Sola y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones;
Tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
Y hasta el nombre de madre te negaran.
Tus ojos escaldados por el llanto
Tu rostro cadavérico y hundido,
Único desahogo en tu quebranto,
El histérico, ¡ay!, de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad lanzada
A romper tus barreras turbulenta;
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay! De tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida.
Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía.
Yo, inocente también, ¡oh, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos, en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado,
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado,
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo sin horas y medida
Ver como un sueño resbalar la vida.
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices cambiaban;
Cuando, de tu dolor tristes despojos,
La vida y su ilusión te abandonaban
Y consumía lenta calentura
Tu corazón al par de tu amargura;
Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos, ¡ay!, en tu postrer momento,
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando.
Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándote severa;
Sí, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel! ¡Martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
Morir el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano con los ojos fijos
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.
¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah!, yo, entretanto,
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.
Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida:
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver mas, ¡qué importa al mundo ¡
José de Espronceda Delgado
Bueno que decir de Espronceda.Con su nombre esta todo dicho.Espero que merezca la pena cocnocer a este gran poeta..
ResponderEliminarSaludos
claro que ha merecido la pena amigo conocer y disfrutar de la biografia y escritos de esta gran poeta,confieso que no lo conocia,ya voy sumandolo a mi lista de buenos escritores españoles.
ResponderEliminarte dejo un fuerte abrazo y te deseo un dia lleno de sonrisas!!!!