Nació en el barrio de Viavélez, parroquia de La Caridad , en el municipio de El Franco (Asturias, España) el 25 de abril de 1927. Fue la única mujer entre los cinco hijos del matrimonio formado por un ama de casa y un maquinista naval de la Marina Mercante , y de pequeña era conocida con el apodo de Socorrín, de donde surgió el hipocorístico Corín. En 1939, tras la guerra, su padre fue ascendido a primer oficial y la familia se instaló en Cádiz. Socorro estudió en un colegio de monjas. Leía muchísimo, en especial a Alejandro Dumas, a Balzac y a otros clásicos franceses. De los españoles admiró sobre todo a Miguel Delibes. También conocía las novelas eróticas de Pedro Mata. Corín se recuerda como una muchacha “muy vergonzosa, muy tímida, que ni siquiera jugaba en los recreos”, pero una compañera de la época, Ana María Morgado, la recordó como una adolescente “muy lanzada, que montaba en bicicleta cuando estaba mal visto y que fumaba cigarrillos a escondidas”.
En 1945 murió su padre y comenzaron los problemas económicos. El librero que la surtía de novelas en Cádiz se enteró de que escribía novelas y la puso en contacto con la Editorial Bruguera. En 1946 escribió Atrevida apuesta, novela por la que la Editorial Bruguera le pagó tres mil pesetas (una cantidad importante en la época); y que actualmente roza las 36 reimpresiones. Corín había estado a punto de colocarse en una zapatería, cosa que no llegó a concretar, ya que al año siguiente la editorial la incluyó en su nómina de escritores y le encargó una novela corta a la semana. Aunque Corín empezó a estudiar Psicología, no terminó la carrera. En 1948 regresó a Viavélez con su madre y desde entonces vive en Asturias. Sus novelas cortas románticas —de no más de cien páginas— son recibidas con sumo agrado por un nutrido número de lectores, y arrasan de manera cada vez más ascendente.
En 1964 la escritora decidió no renovar su contrato con Bruguera y al año siguiente empezó a trabajar en la Editorial Rollán. En julio de 1966 falleció su madre. A fines de año apareció Corín Ilustrada, colección quincenal de fotonovelas. De la primera, Eres una aventurera, se vendieron 750.000 ejemplares en una semana. En 1968 Andrés Amorós publicó Sociología de una novela rosa basándose en diez títulos suyos y la obra de la autora se tradujo a numerosas lenguas. En 1970 se estrenó el filme Tengo que abandonarte, inspirado en una novela suya y dirigido por Antonio del Amo. En 1973 la Editorial Bruguera ganó un pleito contencioso contra su antigua autora, quien se vio obligada a pagarle 365 millones de pesetas y a trabajar en exclusiva para dicha editorial hasta 1990. En 1975 Cabrera Infante estudió su obra en un capítulo de su libro O. En 1977 Corín se estrenó en el serial radiofónico con Lorena, historia de una chica de alterne, pero sus alusiones políticas fueron censuradas.
Entre 1978 y 1979, bajo el seudónimo de Ada Miller Leswy y Ada Miller, Corín publicó en Bruguera 26 novelas eróticas de bolsillo en la colección Especial Venus simuladamente traducidas del inglés. En 1981 viajó a Chile invitada y se dio cuenta de su enorme popularidad en América. En 1986 se hundió la editorial Bruguera, por lo que la escritora quedó libre de su contrato de exclusividad, que la había tenido presa durante 24 años. Empezó a escribir cuentos de literatura juvenil para las editoriales Júcar y Cantábrico. En 1989 llevaba ya escritas 2.243 novelas. En 1991 publicó su primera novela larga, Lucha oculta, que la autora consideraba su favorita. Posteriormente publicó otra narración extensa, Amargos sentimientos. Muchas de sus obras fueron adaptadas al cine y a la televisión.
Desde 1995 se sometía a tres sesiones de diálisis peritoneal por semana, aunque eso no le impidió seguir escribiendo dictando a su nuera. En el año 2000 publicó su primera obra en Internet, Milagro en el camino y en 2008 se adhirió a la campaña Doi la cara pola oficialidá, en favor del reconocimiento del asturiano como lengua cooficial de Asturias.
El 11 de abril de 2009 falleció en su domicilio de Gijón, a los 81 años de edad, tras sufrir un infarto cerebral.
Obra literaria
Corín Tellado es la autora más famosa de la literatura popular española. Ha publicado unos 4000 títulos y vendido más de 400 millones de ejemplares de sus novelas, algunas de las cuales fueron traducidas a 27 idiomas y llevadas al cine, la radio y la televisión. Figura en el Libro Guinness de Récords 1994 (edición española) como la autora más vendida en lengua castellana. Escribió casi exclusivamente novela rosa, pero también fotonovelas. En un principio trabajó en exclusiva para la Editorial Bruguera. Sus obras tuvieron un éxito especial en Latinoamérica, donde impulsaron la creación del culebrón o serial televisivo.
Al contrario que otras novelas europeas del género rosa, las novelas de Corín Tellado transcurren en la actualidad y no en escenarios exóticos o en otras épocas. De ahí su gran poder para identificarse con las mujeres corrientes. Las últimas, sin embargo, utilizan personajes de alta posición social. La clave de todo es la temperatura sentimental: sus personajes suelen ser, aunque no siempre, gente que tiene el dinero en bruto, pero que valora con una ingenuidad nada neoliberal los sentimientos. La propia autora afirma que su estilo se perfiló gracias a la censura de la España franquista, que expurgó sus novelas de forma inmisericorde; además, todas terminaban inevitablemente en boda: “Algunas novelas venían con tantos subrayados que apenas quedaba letra en negro. Me enseñaron a insinuar, a sugerir más que a mostrar”. Hubo ocasiones en que la censura le llegó a rechazar cuatro novelas en un mes.
El fuerte de Corín Tellado, aparte de su gran facilidad para desarrollar argumentos interesantes, es el análisis de los sentimientos. La descripción en sus novelitas es mínima y el estilo es directo. Su literatura ha evolucionado con los tiempos y ha sabido reflejar la realidad social contemporánea.
Fragmento de ¨ Mujer eres tú ¨
Se encontró con él a la salida de la casa de modas.
-¿Te acompaño? –preguntó Alfred, correcto y cortés como siempre.
-Tengo mucho que hacer Alfred.
-Puedo... acompañarte a cualquier lugar que vayas.
Ya lo sabía.
Venía ocurriendo casi todos los días.
Alfred Miller era modisto de la casa de modas Karloff. Madame Karloff le estimaba mucho. Algún día, Alfred se establecería por su cuenta y llegaría a ser uno de los modistos más apreciados de Boston. La francesa establecida en Boston lo sabía perfecta-mente y, debido a ello, casi se podía decir que mimaba excesivamente a Alfred con el fin, tal vez, de que nunca la dejara.
Todo aquello, a ella como diseñadora de la casa de modas, le tenía muy sin cuidado.
Sólo sabía una cosa, y ésa sí que la sabía perfecta-mente. Alfred le hacía la corte, pero a ella no le gustaba Alfred. Al menos, de momento, no le gustaba nada, y casi, casi prefería que no llegara a gustarle nunca, pues no era su tipo
-Te aburrirás conmigo, Alfred.
Era alto y delgado.
Un buen tipo.
Muy bien vestido. Muy varonil, pese a su profe-sión. La sociedad de Boston le estimaba mucho, y Alfred tenía acceso a todos los niveles, en particular a aquel de los millonario, donde Alfred, sin serlo, era como un árbitro de la moda. Pero también eso a ella le tenía muy sin cuidado.
-Ya sabes que no.
Ambos en el umbral de la gran casa de modas, pa-recían indecisos.
Ella, como si no quisiera en modo alguno moles-tarle. Él, ansioso por ser oído y complacido. Casi ocurría así todos los días, y a veces, aún dos días an- tes, no tuvo otro remedio que dejarse acompañar hasta casa por Alfred Miller.
Su madre, que estaba en todas, le preguntó tan pronto como la vio llegar.
-¿Quién era?
-Pero mamá...
Mamá se ruborizó como pillada en falta.
-Te vi desde la ventana...
Era indulgente con su madre, y tolerante y pa-ciente. La adoraba y mamá le correspondía, y tam- bién papá. Pero papá casi nunca se metía en nada, aunque ella sabía que papá no ignoraba jamás lo que ella hacía, pero sabía hacerse el indiferente y no lo era, por supuesto.
A veces, en las tertulias de invierno, allí, ante la mesa camilla, los tres hablando de mil cosas, distin- tas, papá opinaba casi con temor de ofenderla: “Tie- nes veintidós años, Andrea. Nosotros quisiéramos que tuvieras novio. No que te casaras, entiende, pero sí que lo tuvieras. Verte llegar con él... Y traerlo a casa. Y saber que es o puede ser un buen compañero para ti.”
Por eso estaban en todo.
Sacudió la cabeza al sentir la voz de Alfred de nue-vo. La sacudió como, si bien estando allí ante el um- bral de la puerta de la casa de modas, se hallara ya en la bonita salita de casa, al lado de sus padres.
-Otro día, Alfred. Hoy –echó un pie a la acera –tengo muchas cosas que hacer antes de regresar.
-¿Podemos comer juntos esta noche?
-Pues... no.
-Mañana es domingo. Me costará pasar sin verte. Podíamos salir juntos por la mañana, e irnos de excursión a cualquier sitio. A Lynn, por ejemplo...
Tenía plan para salir con su amiga Bárbara. Ni ella ni Bárbara tenían novio, por eso se encontraban bien juntas.
-Lo siento, Alfred. Créeme que lo siento. Quizás otro día...
Ya lo dijo con acento cansado, y Alfred no era ningún tonto. Al darse cuenta de que insistir podía parecer incorrecto, él, tan delicado y elegante, asintió con la cabeza.
-Otro día será –dijo-. Sí, cualquier otro día. Tú ya sabes... lo que siento.
Claro que lo sabía.
Y sabía asimismo que Alfred era un buen partido y podría llegar a ser un marido perfecto. Pero... no le amaba.
Bárbara pensaba, oyendo sus confidencias: “¿Cómo vas a saber si le amas, si jamás estás sola con él dos días? Es decir, si le esquivas cuanto puedes.”
No le gustaba.
Reconocía que era un tipo estupendo, bien parecido. Los ojos verdosos, el cabello de un castaño subido. Muy elegante, muy varonil, pero... ¿qué culpa tenía ella si Alfred no le gustaba?
-Gracias por tu comprensión, Al.
Se alejó a paso elástico.
Alfred la siguió con los ojos, entornando algo los párpados.
Esbelta, frágil, bonita, con una clase depurada, y él sabía que pertenecía a una familia normal, una familia de trabajadores. Pero Andrea, con aquel cabello castaño leonado, aquellos ojos inmensamente grises, casi como dos gotas de agua, en la morenura mate de su piel, y aquel andar elegante, y aquel aire de princesa de incógnito, le tenía completamente cautivado. Ah, y no la deseaba para amante, y él a veces la tenía. Ni para amiga ocasional. Ni para un entretenimiento de dos días o dos semanas.
La tenía bien estudiada. Llevaba más de un año pensando en ello. Andrea Adams le gustaba para madre de sus hijos, para compañera de toda su vida.
Andrea, ajena a lo que pensaba Alfred Miller, y teniéndole muy sin cuidado lo que pensara, se aden- tró en la ancha calle, tomo por la acera izquierda y consultó el reloj.
Era temprano.
Tenía tiempo de meterse en un cinematógrafo, ver tranquilamente una película y volver a casa a la hora de costumbre.
Había tenido un trabajo en la casa de modas. Era sábado y nadie trabajaba, pero debido a que se preparaba la colección de primavera-verano, aunque corría pleno invierno, ella, Alfred y otros empleados más, hubieron de trabajar dos horas por la tarde.
Torció a la izquierda.
Se adentró por otra calle aún más ancha y se dirigió directamente a un cinematógrafo.
Corin Tellado
Fragmento de ¨Dejame consolarte¨
Corin Tellado
El parque aledaño a las dependencias traseras del Deutsches Museum de Múnich parecía hervir de una febril actividad primaveral. El zumbido constante de abejas e insectos que libaban de los heliotropos y los cosmos plantados en los contenedores que rodeaban el edificio, el aleteo de las mariposas y de los pájaros, las voces que murmuraban apenas sobre aquel susurro vivo, creaban una deliciosa sensación de somnolencia y a la vez infundían unos deseos irreprimibles de unirse a aquella fiesta de sol y de flores. A Christel le era cada vez más difícil concentrarse en la redacción del cartel explicativo que iba a presidir la nueva sala de las dependencias de medio ambiente del museo, departamento del que la habían nombrado adjunta recientemente.
El sonido del aleteo de una bandada de palomas que levantó el vuelo con un estrépito casi ensordecedor le hizo dirigirse a la ventana y reír al ver a un grupo de señoras de edad avanzada correr hacia el frontispicio de entrada para ponerse a resguardo de la lluvia inoportuna de excrementos de las aves, que caía alrededor del edificio con un sonido seme-jante al del granizo.
Christel Koch decidió que por aquel día habia tenido bastante. Le era muy difícil concentrarse en su trabajo y faltaban apenas diez minutos para que su jornada terminase. Christel tornó del perchero junto a su mesa, que reproducía un espantapájaros, una gorra con visera de color verde, el último regalo que le habia hecho Erich, y pasó por delante de las mesas entre una suerte de abucheo general, contoneándose con fingida insolencia. Christel alcanzó la puerta y sacó la lengua al resto de sus compañeros, que aún seguían enterrados entre libros y pantallas de ordenador y que silbaban a su paso.
-El lunes no valdrán abucheos a las siete de la mañana, ¿no es cierto? -preguntó ella, fingiéndose ofendida, Christel era la más madrugadora del departamento y su energía desde el amanecer parecía inagotable.. Siempre era la primera en incorporarse a su trabajo, como sí el sueño no fuera capaz de dejar rastro alguno en ella, como si la palabra pereza y la imagen de Christel nunca pudieran ser relacionadas.
Adolf, uno de sus compañeros, dejó de teclear las opciones del programa de simulación que reproducía las condiciones del planeta si el efecto invernadero continuaba avanzando y se dirigió a Christel.
-El hecho de que tú seas la única en este museo a la que le horroriza el café de primera hora de la mañana no te exime de tu culpa, Christel. Siempre te sucede lo mismo cuando llega la primavera. Acabarán legalizando los grilletes atados a las sillas para retenerte hasta última hora -rió.
-Tienes el mismo sentido del humor que las aves carroñeras, Adolf -dijo Christel, cerrando tras de sí la puerta con un sonoro golpe que despertó ahogadas protestas en otras salas aledañas, en las que reinaba un silencio casi absoluto.
Christel se encogió de hombros e introdujo su tarjeta en la máquina de fichar. Tras desperezarse como un felino, dudó un instante y no pudo resistirse a la tentación de pasarse por las salas recién inauguradas de su sección antes de dar por concluida aquella semana de trabajo, como si de ese nodo se felicitase por la labor desarrollada. El departamento en el que ella trabajaba era uno de los más activos en lo que se refería a la apertura de nuevas salas y en el montaje de exposiciones de actualidad.
En la zona dedicada a biología y medio ambiente, Christel y sus compañeros habían dispuesto las amplias estancias separadas por mamparas blancas y todo era agradablemente limpio
y luminoso, con pocos objetos expuestos y una enorme cantidad de paneles explicativos.
Aunque pudiera pensarse lo contrario, no todo elmuseo era asi. El Deutsches Museum, el museo más grande del mundo dedicado a la ciencia y a la tecnología, acoge entre sus paredes multitud de salas, regidas cada una de ellas por expertos en la materia a la que se consagran las exposiciones. Desde la evolución de la cerámica, hasta salas dedicadas a los avances de la astronomía, desde las técnicas de impresión del papel a magníficas exposiciones de física, aeronáutica, informática... el museo compendía todos los campos de la sabiduría humana. Claro que algunas salas tenían un éxito bastante más considerable que otras y la propia Christel seguía fascinada por la evolución de la minería, que ocupaba gran parte de los sótanos del museo y cuyo tiempo de visita no era nunca inferior a una hora. Aquellos sótanos eran la historia de la minería
con la más fiel reproducción de esta industria a lo largo de los siglos, incluidas las condiciones de trabajo dentro de ellas.
No obstante, las dependencias para las que ella trabajaba eran un rincón Corin Tellado
Fragmento de ¨ NO me burlo de ti ¨
Capítulo 1
VICTORIA Rendle disfrutaba de unos días de descanso alejada de las complicaciones que habían hecho aparición en su vida a raíz de su primer gran éxito como novelista. En poco tiempo había dejado de ser una joven promesa para convertirse en una escritora consagrada, en un nombre importante en la literatura argentina, pero estaba agotada y, a los dos meses de la aparición de su libro en el mercado, huyó de Buenos Aires para refugiarse en la estancia de sus padres. Aunque el viaje hasta allí era largo y cansado, estaba dispuesta a tomarse un mes de vacaciones y a afrontar los inconvenientes de su desplaza-miento.
Como siempre, aquella mañana se levantó temprano, abrió de par en par la ventana de su habitación y, tras comprobar que el cielo estaba despejado y el sol brillaba con intensidad, se vistió adecuadamente para cabalgar y bajó al comedor. La casa de los Rendle era una mansión del más puro y tradicional estilo inglés, que se reflejaba hasta en el más mínimo detalle. La arquitectura y decoración del Cottage, así como las costumbres, estilo y manera de vestir de sus habitantes podían hacer creer a cualquiera que viera una foto de su fachada y de su interior que estaba situada en plena Inglaterra. Ése era el ambiente en el que se había criado Victoria, ésa la manera de vivir que le gustaba y de la que se sentía orgullosa.
Paul Rendle estaba sentado a la cabecera de la larga mesa de comedor y Ann, su esposa, servía distraídamente zumo de naranja en altos vasos. Al oír los pasos de Victoria acercándose por el salón, Paul levantó la mirada del ejemplar atrasado de The Times que leía y la dirigió a la esbelta figura de su hija.
-Buenos días, Victoria -saludó Paul, ladeando la cara para que Victoria le besara la mejilla-. ¿Ha descansado bien la famosa escritora?
-¡Maravillosamentel -contestó Victoria, besando a su padre-. Creo que nada ni nadie podría conseguir que yo no durmiese bien y, menos aún, cuando estoy aquí.
-Me alegro, hija -contestó la madre sonriente-. Siéntate junto a tu padre, te serviré el desayuno.
-No te molestes, mamá, lo haré yo misma -fijo Victoria después de besarla-. No quiero comer demasiado y si me lo sirves tú no podré negarme a hacerlo.
-¡Con lo delgada que estás...! Deberías comer un poco más -comentó el padre pasando la hoja del periódico-. Las mujeres sois unas maniáticas.
Sin hacerle caso a su hija, Ann se levantó de la mesa y se dirigió al aparador sobre el que estaban las bandejas del desayuno sosteniendo un plato en las manos y sin dejar de mirarla. La extrañaba sobremanera cuando pasaban tantos meses separadas, sobre todo desde que Paul decidió vivir todo el año en la estancia y reducir al mínimo sus idas a Buenos Aires. Hacía dos meses que no la vela., justamente desde la fiesta de presentación de su libro y la encontraba más delgada que nunca, lo que probablemente se debía al ajetreo de aquellas semanas. Sin embargo, la veía tan linda como siempre, vestida de manera impecable con una chaqueta de pequeños cuadros en tonos marrones que se ajustaba a la cintura, unos pantalones de montar de una tonalidad más oscura y llevaba las botas de piel por encima de los pantalones hasta casi llegar a la rodilla. Corin Tellado
NO debia de pasar l aoportunidad de presentaros a este clásico que siempre se la tuvo como de segundo orden en est epais pero que sin embargo hizo leer a muchas personas en el periodo de la dictadura.
ResponderEliminarUn saludo
santiago
muchisimas gracias mi buen amigo por el honor que le haces a esta grandisima mujer y además doble gusto por su procedencia asturiana, me hiciste volver a mi adolescencia , un besin muy muy grande de esta asturiana que te aprecia un montonazu ¡¡ que grande eres¡¡.
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